Más de alguna vez, como laicos nos hemos formulado o hemos escuchado este tipo de preguntas.
Grande es mi sorpresa al descubrir que muchos de nosotros como católicos desconocemos el origen y la definición del celibato sacerdotal. Incluso, más de alguno ha llegado a pensar que se trata de un invento de la Iglesia Católica, lo que resulta un error. El celibato sacerdotal es un don que sólo Dios otorga a algunos. A aquellos que tras escuchar su llamado se han atrevido a entregar su vida entera al servicio de Dios y de los hombres.
El Sacerdote que sintió su llamado a esta vocación Sacramental sabe que no se le permitirá compartirla junto con el Sacramento del matrimonio. Por tanto, al decirle sí al Señor, renuncia a la vida en pareja para vivir una vida en comunidad. Esto lo hace de manera voluntaria y por amor a Cristo Jesús a quien está llamado a imitar en todo. El Catecismo de la Iglesia Católica en el 1579 nos dice:
Todos los ministros ordenados de la Iglesia latina, exceptuados los diáconos permanentes, son ordinariamente elegidos entre hombres creyentes que viven como célibes y que tienen la voluntad de guardar el celibato “por el Reino de los cielos“.
Asimismo, el Código de Derecho Canónico refiere que:
Los clérigos están obligados a observar una continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos y, por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato, que es un don peculiar de Dios mediante el cual los ministros sagrados pueden unirse más fácilmente a Cristo con un corazón entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres (c. 277).
En consecuencia, al ser un don de Dios, lleva también consigo el compromiso de vivirlo en fidelidad. El celibato permite al Sacerdote entregarse libre y completamente al servicio de Dios y de sus fieles. Así nos lo confirma San Pablo al decir:
Yo quisiera verlos libres de preocupaciones. El que no se ha casado se preocupa de las cosas del Señor y de cómo agradarle. No así el que se ha casado, pues se preocupa de las cosas del mundo y de cómo agradar a su esposa, y está dividido (1Cor 7, 32-33).
Por lo que un hombre no puede entregarse en la misma proporción a las cosas de Dios y de los hombres, si tiene una familia por la cual preocuparse y de la cual responder. En consecuencia, podemos entender que un Sacerdote casado tendría su corazón dividido y no podría vivir su magisterio completamente entregado al Señor.
Con todo esto no podemos decir que un sacerdote esté siendo privado de algo. Al contrario, es una donación total y voluntaria al matrimonio con la Iglesia de Cristo, que como tal le demandará todo su ser. No hay persona que viva más enamorada que un Sacerdote fiel a su esposa, la Iglesia.
Ser sacerdote no es para los egoístas ni los débiles, es para aquellos hombres valientes y generosos dispuestos a amar intensamente a través del servicio y la entrega total a todos los hombres por amor a Jesús.
CRÉDITOS: CONMASGRACIA.ORG